27 marzo 2007

Arte y belleza

Aporte de Esperanza

(Texto editado)

El siglo V representó una revolución por el surgimiento del pensamiento racional por oposición al mito, y por lo tanto surgió el juicio crítico, por el surgimiento de un sistema político distinto a las teocracias existentes como fue la democracia ateniense, y por el surgimiento del arte mimético. Por su parte, el siglo XX:
Rompe con el modelo mimético
Rompe con el binomio arte-belleza, o al menos con el canon tradicional
Rompe con las jerarquías de los géneros en pintura
Se vuelve hacia el arte arcaico redescubriéndolo como arte conceptual.
Ya en el romanticismo la belleza no juega prácticamente ningún papel.[...] Lo que interesa es la fuerza expresiva, la composición, el tipo de distribución. [...]
La unión entre arte y belleza tal como la planteara Alexander Baumgarten a mediados del s. XVIII dura muy poco ya que sólo cincuenta años más tarde, en el siglo XIX empieza a resquebrajarse y se destruye completamente en el XX.
En las vanguardias históricas no encontramos preocupación por la belleza o su búsqueda. En el manifiesto futurista; Marinetti que como poeta tuvo una importante influencia así como en las artes plásticas como pintor, dice que es más bello un automóvil de carrera, como tu aludiste en clase, que la Victoria (Niké) de Samotracia. Se llama "Niké" al mascarón de proa de los barcos antiguos.
Con esto quiere significar algo que complementa lo dicho de Gericault y Delacroix y lo que tu explicaste en clase: Que no le interesa para nada la belleza de los cánones clásicos." Esto es bello", dice Delacroix del cuadro de Gericault, desde cánones diferentes en los que la categoría belleza incluye otras cosas: la máquina, la velocidad, la modernidad; todo eso interesa a la propuesta futurista.

1 comentario:

Emilio Irigoyen dijo...

Incluyo partes de un comentario cuya versión original contenía un ataque personal a una compañera. Lo hago por dos razones. Primero porque como dice la presentación del blog, se publicará todo aporte “que sea éticamente aceptable (no se publicarán, por ejemplo, expresiones gratuitamente ofensivas)”, y estas expresiones no son gratuitas (aunque si son, creo, totalmente infundadas), en la medida que continúan una discusión comenzada en clase.
Ahora bien, usar el anonimato para disentir con lo que otro dice o para acusar son opciones que en este blog se admiten, pero usarlo para insultar a un compañero o compañera que manifestó su opinión con nombre y apellido no. Una cosa es la relación con el docente, relación que es asimétrica y en la que el uso del anonimato puede servir de garantía al estudiante; pero entre estudiantes tal herramienta solo es válida si se la usa dentro de ciertos parámetros, y el insulto no entra en ellos. O bien la persona que escribe tiene motivos justificados para temer a quien insulta (lo cual no creo que sea el caso), o bien es un acto de cobardía e indignidad. Es muy doloroso reconocer, una vez más, que contamos con gente que se maneja con tales criterios en “las aulas de esta facultad”.
Ante la disyuntiva, decidí incluir en el blog solo aquellas opiniones vertidas por el comentarista que son pertinentes para el curso. La segunda razón para hacerlo es que creo que la mejor política ante los errores del fanatismo, como parecen ser estos, es discutirlos en el terreno de la discusión pública. La combinación de fanatismo obnubilado e insultos es algo a lo que quizá nos estemos acostumbrando, pero no por ello deja de ser lamentable y de requerir una respuesta.
En vez de publicar esto en el blog, hubiera preferido contactar primero al autor y discutir con él ‘constructivamente’, pero una de las desventajas de escudarse en el anonimato es que incluso si nuestros interlocutores quieren responder a las pedradas con un diálogo frontal, no pueden hacerlo. Lo lamento mucho.

El o la comentarista anónimo/a dice:
“[…] si se va a referir a las vanguardias tomando como punto de partida al futurismo, se está enfrentando a tigres igual de fieros que usted (por favor no tomar esto como alusión al fascismo, o hacerlo tajantemente)”.

Que no nos guste o nos parezca ética y/o estéticamente deleznable un texto, autor o movimiento no es motivo para negar la importancia histórica que pueda haber tenido. Sería desastroso ignorar la importancia que el arte nazi o el realismo socialista tuvieron en la cultura del siglo XX. Para entender una realidad, empezar por borrar de un plumazo lo que no nos gusta es una actitud infantil, totalitaria y suicida: infantil porque nos negamos a ver lo que no nos gusta, como cuando un niño que cierra los ojos y cree que lo que no ve no está pasando, totalitaria porque identificamos la realidad con lo que estamos dispuestos a aceptar y cerramos así toda discusión posible, asumiendo que tenemos toda la verdad y la única verdad, suicida, porque tal miopía nos sitúa fuera de la realidad, en la esfera arbitraria y autosotenida del fanatismo, que nos deja, a la larga, indefensos contra las lecciones de lo que ocurre y, sobre todo, indefensos antes nuestros propios prejuicios.
Ahora, si no descartamos a priori el futurismo de manera tan ingenua y fundamentalista, tenemos que reconocer, nos guste o no, que en varios sentidos fue uno de los puntos de partida más relevantes para las llamadas “vanguardias”. En el sentido que lo expresa el viejo y conocido libro del alemán Peter Bürger (Teoría de la vanguardia), p. ej., y que extienden algunos burgereanos más recientes (como Richard Myrphy [Theorizing the Avant-Garde. Modernism, Expressionism, and the Problem of Postmodernity {Cambridge University Press, 1999}]), ello es una opinión bastante extendida, que se ha discutido mucho y sigue siendo muy reconocida. Aunque el propio Burger y muchos ‘burgereanos’ no estén a menudo de acuerdo en ubicar al futurismo como un punto de inflexión (Burger habla del dadaísmo y en cuanto a Murphy dedica buena parte de libro a intentar probar que la inflexión se produce en el expresionismo), las visiones que surgen de la perspectiva burgereana a menudo destacan la importancia del futurismo. De hecho, ello ha sido particularmente frecuente en la crítica y teoría hispanoamericana, por el hecho de que el futurismo tuvo entre nosotros una influencia mucho mayor en su momento que la de casi cualquier otra vanguardia. Entre las pocas que pueden competir están el cubismo, que en la lectura de Burger (y desde un punto de vista muy distinto, en la mía propia [http://www.sas.upenn.edu/~irigoye2/tesis-Introducción.html]), difícilmente pueda llamarse “vanguardia” en el mismo sentido que el surrealismo o el dadaísmo, y el propio surrealismo, pero que impacta en nuestra región mucho más tarde y menos ‘masivamente’.
El futurismo podrá merecernos todas las críticas que se nos ocurran, pero no es posible discutir que la poesía europea y en particular la hispanoamericana “vanguardista” del pirmer cuarto de siglo estuvio influida por Marinetti y su cohorte más que por ninguna otra corriente o escuela. Bueno, si: es posible discutirlo, si hablamos desde la ignorancia más supina o movidos casi exclusivamente por nuestros juicios ideológicos o una violencia interna que deberíamos someter a introspección o −si no sabemos cómo o no podemos hacer instrospección− a terapia.

Luego dice nuestro exaltado/a contribuyente:
“[…] por otra parte, algunas vanguardias se enfrentaron sin tregua a las dos guerras mundiales y los papeles que cumplía el arte en una sociedad (ya casi la global), desde ese entonces dejaron de ser la decoración y las horas de ocio de señoras entradas en edad; pasaron a ser también todo el resto de las inquietudes de cada comunidad”.

Hay que releer el texto para entender bien a qué se refiere, pues la necesitad de desahogo le importa más al anónimo corresponsal que la voluntad de ser claro o analítico. [Nótese que esta contribución parece menos destinada a contribuir a una discusión que a expresar un ‘sentimiento personal’, por así decirlo. En este sentido, es la típica postura romántica −y en tal sentido antipolítica− que uno suele tener durante la adolescencia. Lo cual no tiene nada de malo, salvo que en una Facultad de Humanidades se supone que hacemos otra cosa, ¿no? Algo como reflexionar y discutir −pacífica o combativamente− ideas y posiciones, por ejemplo.]
Pero pasando al ‘contenido’ (pues el perfil sicológico del autor no es la cuestión aquí, además de ser bastante obvio, ¿no?): El hecho de que “algunas vanguardias” hayan tomado una posición contraria a las guerras mundiales (no lo hicieron el futurismo italiano ni el constructivismo ruso-soviético, por ejemplo, y de hecho tampoco lo hicieron masivamente y desde un comienzo varios de los surrealistas, pero sí lo hicieron otros), no es motivo para decir que el futurismo, que a menudo exaltó a la guerra y a la destrucción, no es una referencia central y quizás un punto de inflexión o momento original de las vanguardias. La importancia de lo maquínico y no-humano (y más precisamente de lo anti-humanista), por ejemplo, es una de las características fundamentales de mucho de lo que pasó en las vanguardias, y en tal sentido el canto a la guerra que hacen los futuristas no es una mera deformación incidental sino que parece más bien un desarrollo extremo de tendencias que estaban en la base de las vanguardias, o al menos de buena parte de ellas. Uno de sus mayores antecedentes y modelos, Apollinaire, fue un soldado orgulloso durante la guerra de 1914, y es famoso que gente tan dispar como Neruda, Vallejo y Huidobro participaron a su modo de la guerra civil española.
Oponer a estos autores a gente como los futuristas es muy válido, pero ello no exime a los italianos de haber sido un referente estético central incluso para varios de los “humanistas” y “pacifistas”. Solo la ceguera del fanático confunde una cosa con la otra. Gente como Vallejo y Mariátegui, por ejemplo, distinguían muy bien entre ellas. Pero claro, lo que los movía, a la hora de reflexionar, era discutir francamente y hacer política (en el sentido de una praxis colectiva sincera), no desahogarse ni despotricar desde la ignorancia y el fanatismo. Esto último fue lo que hicieron a menudo otros vanguardistas, más ingenuos y arbitrarios, menos concientes, entre ellos varios de los futuristas, por ejemplo. Y esto no es menor: lo teatral y banalmente ‘escandaloso’ de la actitud de gente como Marinetti impregnó a muchas de las prácticas vanguardistas, proclives al gesto radical pero idiósico, arbitrario y banal, falsamente ‘revolucionario’ (Marinetti era a su modo un revolucionario, como lo fue el propio totalitarismo de la época). En tal sentido, en el de lo más banal y tonto del radicalismo vanguardista, los futuristas también fueron referentes de primer orden. Y esa fue una de las cosas de la vanguardia que más influencia tendrían a la larga. El propio discurso arbitrario, ignorante y banalmente agresivo de nuestro corresponsal es un buen ejemplo de cómo tales alharacas seudo-revolucionarias pudieron confundir a tanta gente. En tal sentido, el anónimo autor es más futurista de lo que él mismo es capaz de reconocer. Claro que para hacerlo tendría que empezar por saber qué fue el futurismo, cosa de la que aparentemente no tiene otra idea que la que da un fascículo de quisco.

Sobre el cúmulo de comentarios sexistas y de los más diversos prejuicios (etarios, clasistas, etc.), solo cabe recomendar al autor o autora que relea con ojos críticos su propio texto, o si no es capaz de hacerlo, consulte con alguien de su confianza que sí pueda.